El consumo problemático de la moda - Revista Galeria en Montevideo Portal

2022-06-24 18:16:34 By : Mr. Mr Dai

La industria de la vestimenta produce toneladas de prendas y utiliza materiales plásticos que generan una cantidad de residuos imposible de gestionar, reciclar y reducir; un camión cargado de ropa se vuelca cada segundo en un vertedero

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En un tiempo lejano, el acto de ir a comprar ropa nacía de una necesidad real por una prenda que cumpliera una función particular: un pantalón para ir a trabajar, un chaquetón de abrigo, y se recorría la tienda idónea con el fin de encontrar aquella que cumpliera el propósito. En un tiempo no tan lejano, el acto de comprar ropa respondía más a satisfacer un deseo que una necesidad: se asoció al placer y empezó a tener que ver con saciar un antojo, permitirse un capricho visto en una vidriera. Eventualmente llegó el día en que, con la popularización de las tarjetas de crédito y los planes de pago, el acto de comprar ropa se volvió un entretenimiento, un pasatiempo; algo que hacer un fin de semana para divertirse, levantarse el ánimo, o despuntar el vicio. Y entonces, el consumo se volvió problemático.

La oferta empezó a responder a esta dinámica, o tal vez la dinámica surgió a partir de una oferta cada vez más abundante, variada y económica. Es la definición casi de diccionario de moda rápida: ropa que se compra barata y que está destinada a un uso muy breve por su baja calidad y porque pronto una nueva colección llegará a esa misma tienda, con nuevas tendencias a bajo precio. Las tiendas de fast fashion europeas pasaron de ofrecer dos colecciones anuales en el año 2000 a cinco en 2011. Esta vertiginosa sucesión de nuevas temporadas y la sobreproducción de las grandes compañías, que llevan a un sobrestock, son los motivos por los que se desechan anualmente millones de toneladas de ropa en vertederos, casi siempre ubicados en países del tercer mundo.

Según una encuesta de Gran Bretaña, allí los consumidores consideran vieja una prenda luego de usarla una o dos veces. Otros estudios determinaron que las personas desechan la ropa después de usarla un promedio de siete a 10 veces. Como si fuera material descartable.

Mundo sintético. El tiempo lejano del que se habla al principio no lo es tanto. Se remonta, de hecho, al año 2000. Fue entre ese año y el 2014 que —según datos de 2016 de la consultora McKinsey & Company— la producción de vestimenta se duplicó. Las personas pasaron a comprar 60% más ropa para conservarla apenas la mitad del tiempo.

Los perjuicios ambientales que la industria de la vestimenta causa son altamente preocupantes. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés), el rubro es responsable de 10% de las emisiones de dióxido de carbono —las prendas recorren el mundo durante su proceso de producción—, más de lo que liberan, unidos, los vuelos internacionales y el transporte marítimo mundial. Además, consume 1,5 billones de litros de agua al año. Para fabricar una remera, por ejemplo, se emplean alrededor de 2.400 litros, y para un jean, 7.000 No en vano es la segunda industria más consumidora de agua.

Como si lo anterior fuera poco, contamina ríos y cursos de agua con los desechos de los químicos que emplea para teñir la ropa y con los microplásticos que se desprenden de la manufactura de prendas cada vez más sintéticas. Un buzo de abrigo, de esos que antes se hacían con lana —y que en apariencia se siguen viendo como lana—, puede contener, según su etiqueta, una combinación de acrílico (40%), lana (28%), poliéster (18%), viscosa (10%) y poliamida (4%). O simplemente 100% acrílico, o 100% poliéster, y 0% de lana.

El poliéster es un plástico derivado del petróleo que ha suplantado diversos materiales y es una de las materias primas básicas de la industria, que lo utiliza para confeccionar productos tan disímiles como ropa de entrenamiento, camisas livianas, abrigos de punto y chaquetas símil cuero. En un relevamiento realizado por Bloomberg en 15.000 prendas de la marca china Shein, el 95,2% de ellas estaban hechas con nuevos plásticos. Y no son solo las cadenas de moda rápida las que usan y abusan del material, también es un componente predominante en modelos de alta costura de casas como Gucci. En promedio, 60% de los materiales utilizados por la industria de la moda parten del plástico.

Los fabricantes de indumentaria son los segundos mayores productores de plásticos petroquímicos después de la industria de los envases. Según datos de la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU., son responsables de una quinta parte de los 300 millones de toneladas de plástico que se producen en el mundo por año. Si bien no todo el poliéster que se utiliza proviene del petróleo, pues también se emplean polímeros (bioplásticos derivados de sustancias biológicas), la proporción de estos últimos es ínfima.

En algún momento los materiales sintéticos tuvieron buena prensa, con argumentos que los posicionaban como más sustentables que el algodón por requerir menos agua en su proceso de producción y también por no requerir de extensas áreas de plantaciones —como sí necesitan las fibras naturales—. Sin embargo, lo cierto es que el simple lavado de estos hilados desprende microplásticos que, indefectiblemente, van a parar al océano y no se degradan. Se estima que anualmente 500.000  toneladas de microfibras de plástico llegan al mar, lo que equivale a 50.000 millones de botellas de plástico, según apunta una investigación de 2017 de la Ellen MacArthur Foundation, que promueve la economía circular.

Otra dificultad se añade al ya enmarañado panorama. Por más que existiera la voluntad y la convicción de reciclar las prendas una vez que son desechadas, la mezcla de materiales con las que se elaboran complejiza la labor, porque implica separarlos —muchas veces usando solventes— para poder reutilizar los hilos. La Ellen MacArthur Foundation estima que lo que se recicla globalmente de ropa es menos de un 1%. Lo mismo calcula Stella McCartney, según comentó a The Guardian.

La zona chilena de Iquique, en el desierto de Atacama, es uno de los puntos que periódicamente sobrevuelan aviones para descargar allí los desechos de marcas de moda europeas y estadounidenses.

Moda descartable. Un camión lleno de ropa se vuelca o se quema cada segundo en un vertedero, según datos de UNEP de 2018. Al final, después de tanto daño ambiental en su cadena productiva, 85% de todos los textiles terminan en la basura. Según la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU., la población de ese país, que descartaba en 1960 casi un millón y medio de toneladas de ropa y zapatos al año, pasó a desechar, en 2018, 13 millones de toneladas anuales.

El hemisferio sur es un recipiente declarado de la basura textil del mundo. La zona chilena de Iquique, en el desierto de Atacama, es uno de los puntos que periódicamente sobrevuelan aviones para descargar allí los desechos de marcas de moda europeas y estadounidenses. Gran parte de ese descarte no es ropa usada, sino excedentes de producción; prendas que nunca se vendieron.

Según Gabriella Santaniello, fundadora de la firma estadounidense de investigación de mercado A-Line Partners, la sobreproducción responde a la aspiración de las empresas a colocar siempre más productos; de otra manera “lo ven como una oportunidad perdida para las ventas. Pero es una pendiente resbaladiza”, explicó  a Bloomberg. Al ser tan fugaz el paso de cada colección, si los productos de una de ellas se estancan, ya empieza a generarse el “exceso de inventario”. Esto se suma a las ventajas económicas que implica producir a gran escala en lo que refiere a los costos de cada prenda.

Los residuos textiles se dividen en dos grandes categorías: preconsumo, que comprenden los residuos de corte (que pueden llegar a significar 15% del textil que ingresa a corte), excedentes de stock y saldos; en resumen, todos los residuos que se generan antes de que el consumidor use ese textil. Los desechos que se producen después son los posconsumo. “Son dos grandes tipos de residuos con cualidades muy distintas para valorizarlos, porque unos pueden estar gastados o rotos y es carísimo reciclarlos”, explicó a Galería Lucía López Rodríguez, diseñadora industrial especializada en moda circular y autora del libro Atinando al ojo del cíclope. La remanufactura y otros modos de accionar nuestras prácticas del vestir, que se editará a fines de julio.

En Uruguay, el vertedero Felipe Cardoso, técnicamente llamado relleno sanitario por cómo se gestionan los residuos, “ya cumplió su función, no tiene más espacio”, asegura la experta. “Entonces, se están empezando a incentivar las prácticas de valorización de residuos para evitar que todos esos textiles vayan ahí, que ya presenta otras complicaciones más allá del impacto ambiental”.

Ponerse en acción. El tiempo apremia y algunas compañías empezaron a crear iniciativas para disminuir el impacto de sus procesos en el ambiente.

La marca Patagonia, con base en California, usa poliéster para sus camperas pero desde 1993 lo obtiene trabajando en conjunto con la compañía Polartec, reciclando botellas. Además, ofrece el sistema Worn Wear, con el que recibe de sus clientes prendas de Patagonia de segunda mano, que reacondiciona y vuelve a poner a la venta compensando al vendedor con un saldo a favor para su próxima compra. En la misma línea, la marca sueca Nudie Jeans además de usar algodón orgánico dispone de un servicio de reparación gratuito de jeans de por vida para sus clientes, y también da descuentos a cambio de jeans usados. Estas iniciativas de reventa, afortunadamente, se siguen replicando.

En todo el mundo hay también modelos exitosos de alquiler de vestimenta, que permite canalizar las ansias de estrenar ropa a menudo sin la indeseable sucesión compra-descarte.

La propuesta de Ambercycle, una start-up situada en Los ángeles, hace su aporte desde otro ángulo: está desarrollando una tecnología más eficiente para separar las fibras y fabricar nuevos hilos. Si el sistema alcanza la eficacia buscada, podría procesar un gran volumen de prendas que evitarían terminar en la basura.

Upcycling uruguayo. Paola Albé había estado 20 años en un programa de apoyo a emprendedores de Naciones Unidas cuando en 2015 se le acercó Ana de León —actualmente su socia— buscando ayuda para un emprendimiento. “Ella hacía carteras de caucho con cámaras de vehículos. Recién empezaba, era una cosa artesanal y quería profesionalizar eso”, cuenta Albé. De León buscaba que la iniciativa tuviera, además de impacto ambiental, un impacto social, y como Albé había estado dando talleres de emprendedurismo en cárceles, se les ocurrió crear un taller en la cárcel de Maldonado para fabricar allí las carteras. Con fondos de la ANII, quedó instalado en 2017.

 Los internos de la cárcel de Maldonado trabajan en la manufactura de una cartera.

Cartera confeccionada con caucho de cámaras de vehículos.

Tan positiva fue la experiencia que despertó en De León las ganas de replicar el modelo. Fue entonces que entró, ya como socia y cofundadora de Resur, Albé. Juntas armaron un proyecto que presentaron al Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), y que resultó aceptado. Con un nuevo fondo para innovación inclusiva de ANII abrieron a fines de 2019 un ambicioso taller en la cárcel de Punta de Rieles, compuesto por cuatro salones grandes con mesas de corte, planchas y máquinas de coser. “Logramos que sea de alta calidad. Que no sea que ellos (las personas privadas de libertad) aprendan más o menos a hacer algo, sino que realmente, si completan las 1.000 horas de capacitación, sean personas con un excelente nivel de dominio en el oficio”, asegura Albé.

Desde el punto de vista sustentable, el proyecto pasó por varias fases. “Empezamos trabajando con fibras naturales, pero con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que lo mejor era trabajar con lo que ya estaba, y cada vez más fuimos apostando por reciclar”. En 2020 hicieron la primera campaña para recolectar prendas con MoWeek y con otras dos empresas, Hábito, que hace gestión de residuos, y Recicla, una tienda second hand. “Las prendas en mejor estado iban a venderse a Recicla, las que estaban bien como para que alguien las usara se donaban a través de algunas ONG, y lo que no estaba bueno como para usarse se fue a la cárcel. Y ahí empezó todo el proceso de: ¿Qué hacemos con esto?”.

La primera creación colectiva fue la chaqueta 01, confeccionada con distintas telas, de diferentes ropas. “Lo que vimos fue que, además de revalorizar esa ropa que no servía para nada, el proceso se hizo superinteresante”. Cada estudiante aporta sus habilidades personales en la etapa del proceso a las que más se adaptan. “Tenemos una persona en particular, Oscar, que es supercreativo, y tiene un gran sentido de la estética. Él fue asumiendo la tarea de cortar en pedacitos el material, los pone todos en una mesa y los va ordenando como si fueran un puzzle, a ver cómo quedan mejor las combinaciones”. Otros cortan los retazos, otros los van uniendo para formar la tela, otros planchan, y los más avanzados manejan las máquinas de coser y se ocupan de las costuras más difíciles. Después, ellos mismos les enseñan a los nuevos.

La chaqueta 01 es la primera producción del taller que Resur instaló en la cárcel de Punta de Rieles. 

“Capaz que nunca en su vida habían pensado que se iban a dedicar a eso, pero cuando ven que son buenos y todo lo que pueden lograr, encuentran un camino para sacarle provecho a sus habilidades”. Además de adquirir una herramienta que les permita una reinserción en la sociedad y una salida laboral, los alumnos cambian su vivencia en la cárcel. “A lo que más apostamos es al día a día, porque eso ya cambia; no solo cambia a la persona, sino que cambia al entorno. Un problema muy fuerte de las cárceles es la violencia entre las personas privadas de libertad, dentro de los módulos, y el tener personas más satisfechas, que están tranquilas, que aprenden otras formas de convivencia, también tiene un efecto de derrame”, comenta Albé.

En Punta de Rieles también funciona un taller de serigrafía y tienen el equipamento para reciclar plásticos. “Las tapitas de botellas picadas, por ejemplo, se prensan con calor y se hace una plancha de plástico. Con eso se pueden hacer botones, que los podemos usar para nuestras propias prendas”, cuenta Albé. “Sabemos que todo se puede aprovechar. Empezamos con la misión de ser cada vez más sostenibles, ir a residuo cero. No lo lográs de la noche a la mañana, es muy difícil porque no están los canales, no sabemos cómo hacerlo; pero se va aprendiendo y nuestro objetivo es ese: que nada salga del taller si no es para usarse. Que no salga basura”.

De camino a la cárcel de Punta de Rieles, Albé bordea el vertedero de basura Felipe Cardoso, y observa. “Hay una parte del vertedero que tiene pasto, y vos decís, ¡qué bueno, creció el pasto! Pero cuando hay algún pequeño desmoronamiento, ¿qué ves ahí, en el corte de la tierra? Bolsas de nylon y telas sintéticas. Es clarísimo, ves los colores de las telas. Y eso va a estar ahí cientos de miles de años. No podemos seguir tirando más basura de ese tipo. Hay que asumir la responsabilidad rápido”.

La idea de Resur es seguir reuniendo ropa, y más adelante tener puntos de recolección tanto en Montevideo como en el interior. Hoy funcionan también con donaciones que reciben de descartes de confección, de talleres o fábricas.

Las prendas producidas aún no están a la venta, pero están en contacto con una organización mexicana, que también produce en cárceles pero objetos distintos, con la idea de armar un catálogo conjunto. “Nuestras prendas son únicas e irrepetibles. Pensamos que tienen un muy alto valor agregado, y que capaz que no son para el mercado local sino para un tipo de público que de repente tenga otro posicionamiento frente a cuánto quiere pagar por una prenda hecha de esa manera. Que valore no solo la exclusividad, sino también que fue hecha por personas privadas de libertad, que estaban aprendiendo; que fue recuperando ropa”.

Al residuo cero también apunta el proyecto de remanufactura o upcycling que lleva adelante la diseñadora industrial López Rodríguez con una empresa de uniformes, Casa Urbana. “Los uniformes tienen características particulares y es un rubro interesante para pensar, porque tiene una alta tasa de recambio, se usan un año o dos y después se cambian. Es ropa que está casi nueva, o que tiene poco desgaste en algunos casos, sobre todo en uniformes corporativos. Lo que estamos haciendo es transformar eso en nuevos productos, como bolsos y mochilas para donar a escuelas”.

Revender y recircular. Maggie Ferber, Ignacio Cattivelli y Alejandro Esperanza son socios y fundadores de Vopero, la plataforma online de reventa de ropa de segunda mano. El germen de la idea se lo adjudican a Ferber, que vivió en Estados Unidos 10 años viendo lo que estaba pasando en el mundo de la moda. “Vio la tendencia y probó varios modelos. Al volver a Uruguay se juntó con los fundadores de PedidosYa, Ariel (Burschtin) y Álvaro (García), y les contó la idea. Hicieron research, les encantó y la pusieron a buscar equipo”, cuenta Esperanza, que en ese momento, antes de sumarse a Vopero, era vicepresidente en dLocal, una plataforma de pagos virtual que ya era unicornio, es decir, que había alcanzado una valoración de 1.000 millones de dólares sin tener presencia en Bolsa. El desafío lo entusiasmó al punto que dejó su trabajo y se sumó a Vopero. Lo mismo le pasó a Cattivelli, que entonces era gerente de Tecnología de Urudata. “Enseguida conectamos y nos pusimos a trabajar. Uno lo ve en Europa, hablás con gente allá y está totalmente masificado. La gente está acostumbrada, lo ve como algo positivo. Europa siempre está adelantada en lo que es sustentable, pero en Estados Unidos también está pasando, y en Latinoamérica hay muchísimas ganas de pasarse a economías circulares. Desde el día uno Vopero fue un proyecto para Latinoamérica, no solo para Uruguay”, dice Cattivelli.

Alejandro Esperanza e Ignacio Cattivelli, cofundadores de Vopero. 

Al mes de aquella primera reunión, en noviembre de 2020, ya tenían la plataforma operativa. Dos años después ya habían desembarcado en México.

El sistema de Vopero consiste en que los interesados en vender su ropa entreguen las prendas lavadas y en perfecto estado en una bolsa suministrada por la empresa, que ellos luego inspeccionan y, de acuerdo a sus estándares de calidad, evalúan cuáles aceptan y cuáles no. “Primera calidad solamente, la prenda tiene que estar como nueva”, asegura Esperanza. Las aceptadas siguen luego un proceso de planchado —de ser necesario—, fotografiado y por último, almacenado. “La persona sigue siendo dueña de su ropa, porque es una tienda a consignación, y nos gusta que pueda jugar con el control que tiene. Nosotros sugerimos un precio, es una recomendación para que venda relativamente rápido, pero lo puede modificar”, explica.

A su vez, las prendas rechazadas vuelven a una bolsa y el propietario puede decidir si retirarla o dejarla para que Vopero la done. En ese caso, las prendas van a Ceprodih (asociación civil sin fines de lucro que atiende a familias vulnerables, especialmente a mujeres con niños). “Hacen upcycling de prendas, que después venden en sus propios talleres o incluso dentro de Vopero; a veces mandan las prendas refaccionadas y ahí cerramos completamente el círculo”, asegura Cattivelli.

Para vender en Vopero la ropa se entrega lavada y en perfecto estado en una bolsa suministrada por la empresa.

Si cumplen con los requisitos, las prendas son fotografiadas y pasan a almacenamiento. Las imágenes se suben a la plataforma de Vopero. 

A cada prenda se le adjudica una etiqueta con un código QR que la identifica en todo el proceso y que simplifica su localización en el depósito una vez que alguien la compra. 

“Si entrás en la rosca de vender y comprar dentro de la plataforma, que es el movimiento más común que tenemos, terminás recirculando con otra gente y nosotros somos el motor que está atrás, que va moviendo todo”, dice Esperanza. Más de 30% de los vendedores de la plataforma se convierte en compradores.

Además de con ropa de segunda mano, Vopero trabaja con prendas de outlet o leftovers de 40 marcas de Uruguay, y en esos casos las prendas vienen con etiqueta.

En los próximos días la app de la plataforma, que se actualiza constantemente, ofrecerá una nueva opción para los usuarios: un programa de fundaciones que permitirá transferir dinero de las ventas a distintas organizaciones. “Entonces convertiste la ropa que te estaba ocupando lugar en plata, y la plata en impacto social directo”, dice Esperanza. 

Según los directores de la empresa, “cuando la gente despierte, lo normal va a ser que compren así y no en el shopping”.

Con miras a futuro. En Uruguay existen iniciativas de gestión de residuos desde el reciclaje, como Resitex, un emprendimiento que toma residuos textiles de la industria local. “Trituran el textil y lo usan como relleno de productos (como almohadones) que después se venden. Hicieron esta línea para darle un valor y una utilidad a ese picadillo. Ese servicio sale caro, pero de a poco están tratando de generar el engranaje”, dijo López Rodríguez, especializada en moda circular.

Pero, por el momento, estas acciones dependen de cada empresa, porque no existen presiones gubernamentales. “En la Unión Europea están saliendo normativas asociadas con la responsabilidad extendida del productor. Eso en Uruguay existe con otros materiales, como los plásticos, pero en la UE existe con los textiles. Ahí ya hay una presión y las empresas empiezan a investigar y a implementar. Acá todavía no”, agregó.

Sobre las grandes marcas de moda, opina que los objetivos que se plantean no son suficientes para afrontar la problemática. Por eso, la única moda sustentable por el momento es el slow fashion, y en eso coinciden los expertos. Eso implica que los consumidores deben estar dispuestos a pagar más por productos de mejor calidad que duren más tiempo. Sumada a los sistemas de reventa y de alquiler, sería una estrategia posible para frenar el daño ambiental.

Según López Rodríguez, cada vez serán más populares en el país los sistemas de reventa, incluso dentro de las propias marcas, revendiendo sus productos ya usados. Sin embargo, opina que no es la solución definitiva. “A largo plazo no van a resolver ningún problema, porque están haciendo un flujo de material que no es circular; están pasando el fast fashion a un segundo uso, y en ese pasaje se minimiza el impacto ambiental, pero es un mercado que se alimenta de la producción masiva. Seguís en la rosca del consumo, no estás generando un cambio cultural”.

Esa transformación cultural es la que verdaderamente puede hacer la diferencia a futuro. “Si no se aborda ese cambio, que tiene que ver con un desplazamiento en las prácticas de consumo, no vamos a llegar a lo que necesitamos para tener un futuro sustentable. Todas las soluciones que se están planteando ahora tienen que ver con seguir con el crecimiento económico, y no con desplazar la tasa de consumo”, asegura la experta.

Y en eso, en la importancia de cambiar el paradigma de consumo, coincide Albé, de Resur. “No es ‘no te compres ropa’, es ‘comprate la ropa que te encante, que digas qué placer comprarme esta camisa, la voy a usar 80.000 veces’. Creo que como consumidores hay que asumir esa responsabilidad, y valorar y pensar cada cosa que se compra”.

La chispa inicial la generan las firmas de alta costura, que con cada nueva colección instalan las que serán las nuevas tendencias. Atentas y listas para saciar las necesidades por esos nuevos estilos de manera masiva están las marcas de moda rápida, que en poco tiempo logran llevar a sus talleres esos modelos, dispuestas a venderlos a un costo muy inferior. Sin embargo, las condiciones de trabajo en ambos extremos del mismo negocio, las firmas de alta costura y las marcas de fast fashion, no varían tanto. De hecho, en el edificio Rana Plaza, en Bangladesh, en el que murieron 1.100 trabajadores al derrumbarse trágicamente en 2013, se fabricaban productos de lujo para firmas como Yves Saint Laurent y Dior.

Por lo general las etiquetas revelan en las prendas orígenes de países en desarrollo, en donde las leyes laborales no son tan rigurosas, lo que termina generando condiciones de trabajo inhumanas, ya sea por la paga, las extensas jornadas y hasta el estado físico del edificio, además de trabajo infantil.

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