Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Luis y Víctor, trabajando en la mesa en la que desarman cientos de equipos por semana.
pleAl comprar una computadora, una notebook, un celular o una impresora, en general, no se piensa en el momento en que haya que deshacerse de ellos por fallas o, simplemente, para cambiarlos. Sin embargo, cada vez que se decide descartar alguno de estos equipos hay que tener presente que pueden tener dos destinos: terminar en un relleno sanitario o en la calle, contaminando el ambiente, o en un centro de reciclaje en el que se separan sus piezas para reutilizarlas y disponerlas correctamente. Para colaborar con esto último, una iniciativa que nació en Empalme Graneros para darle valor a los equipos informáticos que se desechan trabaja con jóvenes del barrio en la recepción y procesado de miles de kilos de estos residuos por mes, en una época dominada por la obsolescencia programada y sin una ley nacional que regule la correcta manipulación de este tipo de residuos, en un contexto en el que crecen las cantidades de elementos descartados en Rosario.
Nodo TAU es una asociación civil que en palabras de Luis Martínez, uno de los tutores que acompañan a los chicos del barrio que se quieren capacitar para entrar a trabajar en el reciclaje, “se dedica a acercar y potenciar el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) entre las organizaciones sociales”. Hay alrededor de diez personas empleadas en la planta de Empalme Graneros, casi todas de la zona, que trabajan entre 4 y 6 horas por día. Por eso la actividad del lugar, que por su crecimiento va en camino a convertirse en una cooperativa, es tanto ambiental como social. Trabajan sobre residuos electrónicos de informática y comunicación.
La tarea comenzó a partir de recuperar equipos usados que empresas e instituciones descartaban. Sin embargo, con los años tuvieron que ver qué hacían con los cientos de monitores, CPUs, teclados e impresoras que eran donados a pesar de que no servían.
En octubre de 2019, decidieron capacitarse y abrir la planta, con la participación de jóvenes del barrio: “Nos preguntamos cuál fin social le podíamos dar a los residuos electrónicos y pensamos en crear empleo para los jóvenes y dar una solución ambiental que no existía hasta el momento, porque todo lo que no se trate correctamente va a parar a los rellenos sanitarios o a la calle, contaminando el medio ambiente”.
“Parte se podía recuperar, pero otra parte no. Y empezó a aumentar el volumen de electrónica en desuso”, comenta Luis, sobre una tendencia que crece: el año pasado recibieron alrededor de 2.500 kilos de residuos electrónicos mensuales, mientras que este año ese valor asciende hasta los 3.500 o 4.000 kilos en algunos casos.
A nivel municipal, esta tendencia también se manifiesta en las jornadas de recolección que se llevan adelante. Desde la Secretaría de Ambiente y Espacio Público afirmaron a La Capital que si bien se manifestaba una curva descendente hasta que comenzara la pandemia de coronavirus, ahora la cantidad de residuos electrónicos que reciben está volviendo a crecer: mientras que en 2020 se recolectaron 10,55 toneladas -con menos jornadas por los confinamientos-, en 2021 ese valor llegó casi al doble, con 20,83 toneladas y este año se espera que lo supere, ya que a la actualidad llevan juntadas casi 12 toneladas.
“Acá intentamos que resuciten los artefactos”, dice Luis y señala la parte del pequeño galpón en el que hay apilados todo tipo de impresoras, monitores, televisores, CPUs y demás equipos informáticos y electrónicos que fueron descartados por estar rotos o no usarse.
La esencia de la reutilización, explica el tutor, se refuerza por la búsqueda de extender la vida útil de los equipos “con lo cual se evita tener que extraer material de la naturaleza para producir nuevos aparatos. Hay un ahorro con el que se evita la contaminación”.
Por supuesto que hay equipos que no pueden seguir funcionando, pero es ahí donde entra en juego la importancia de la correcta disposición de los residuos. Para eso, se desarman, se descontaminan todas las piezas y se sacan las partes que contengan residuos peligrosos (como el plomo) para enviarlos a un lugar específico que se encargue de ese tipo de basura y que no contamine el ambiente. “Lo demás, prácticamente el 90% de los equipos, son materias primas que se pueden recuperar para la industria. Desde metales ferrosos y no ferrosos y plásticos hasta plaquetas que se exportan para sacar metales preciosos. Todo tiene una recuperación dentro de la industria”, detalla Luis.
El tutor hace hincapié en la trazabilidad que deben tener los residuos, ya que se debe constatar de dónde provienen y en dónde terminan. O, mejor dicho, dónde “resucitan”: “Es fundamental la trazabilidad para la gestión de residuos, para dar cuenta de qué vas a hacer con eso. El concepto «de la cuna a la tumba», para nosotros es «de la cuna a la cuna» porque acá vuelven a nacer los equipos. Y como acá vuelven a revivir, tenemos un sistema donde quedan todos los equipos registrados para dar cuenta de qué pasó con cada uno de ellos, dónde fueron a parar luego de que se reacondicionaron y volvieron a vivir”.
“En general, el concepto de tratamiento de residuos es enterrar. En este caso, vuelve a iniciarse un ciclo con la recuperación de los equipos. Es una responsabilidad extendida voluntaria”, añade sobre las tareas que desempeña el centro, sobre el que hay planes para transformarlo en una cooperativa.
Víctor Rosales y Luis Vallejos están en pleno trabajo de desarme de equipos, y los brazos se cruzan por la mesa en la que despiezan los artefactos para separar cada componente. “Acá separamos plásticos, placas madre, pilas y sacamos chapa por chapa. Hay que estar concentrado para separar bien”, cuenta Víctor sobre su lugar de trabajo, una mesa alta por la que pasan cientos de equipos por semana. Abajo hay una caja en la que se apilan cubiertas de CPU y a los costados bolsas de arpillera en las que van placas. En este punto se separan cables, tornillos y aluminio.
Para los plásticos tienen un proceso especial, ya que las marcas usan distintos tipos y no todos reciben el mismo tratamiento. Y si bien los ojos están bien entrenados, a veces hay que recurrir a métodos complementarios para separar estas partes, que una vez recicladas se usan para fabricar desde baldes de albañil y fratachos hasta sillas.
“En algunos equipos dice qué plástico se usó, pero en otros no. Cuando es así, usamos un producto que, con el tacto, sabés qué tipo se usó para su fabricación”, explica Víctor. A eso, el tutor suma: “Se está promoviendo que los fabricantes hagan equipos más reciclables y que piensen también en este trabajo, en el de desarmar el equipo”.
Dentro de la planta hay un laboratorio en el que se decide a dónde van a parar los equipos que pueden llegar a funcionar y se crean nuevos a partir de la reutilización de componentes de distintos artefactos. Ahí está Elías Rodríguez, probando cada unidad que le llega a la mesa sobre la que trabaja.
“Aquellos equipos que andan, que les faltan piezas pequeñas o algo que se pueda conseguir para extender su vida útil, acá los reacondicionamos. Si hace falta, buscamos partes de otras computadoras para armar una”, cuenta mientras trabaja sobre una CPU que ya arrojó diagnóstico favorable para pasar a la siguiente etapa: “Los equipos pasan una semana constante de prueba. Los exigimos para ver si funcionan o si falla algo. En ese caso, cambiamos y volvemos a probar”.
Los equipos que terminan funcionando pueden tener diversos destinos. Al respecto, Luis cuenta: “Tenemos un convenio con la Municipalidad y el Polo Tecnológico para equipar centros comunitarios; llevamos adelante un programa de siempre que se llama «Territorios digitales» para capacitar y equipar a organizaciones sociales; y parte de los equipos se comercializa para el mantenimiento de la planta. Los destinos se van manejando según lo que vamos recuperando”.
En el primer piso de la planta hay más equipos a la espera de ser revisados. Pero lo que resaltan son dos espacios diferentes al resto: un aula para dar capacitaciones sobre reacondicionamiento y reparación de computadoras, y una habitación destinada a arreglar los artefactos que Elías no puede volver a hacer funcionar. En esta última está Lucas Fernández, que entra en los detalles de cada equipo y es la última esperanza para que vuelvan a funcionar. “Todo lo que no anda en una primera instancia o que tiene una falla, termina acá”, comenta.
Lucas asegura que “la tendencia, hoy en día, es que lo que se rompa no se pueda reparar. Hacen todo muy chico o muy difícil de abrir, al punto de que se llegue a romper. Es muy difícil arreglar ciertas cosas hoy en día”.
Las impresoras y los viejos monitores tipo CRT -“a pesar de que funcionan, nadie los quiere”, dice Luis- son los artefactos que más llegan a la planta; también, las notebooks y netbooks. Salvo el caso de los monitores, a los otros dos tipos de equipos los une una problemática que se extiende a nivel mundial: la obsolescencia programada, que se trata de una planificación estipulada por los fabricantes para el fin de la vida útil de los productos informáticos o tecnológicos. Muchas veces, esta condición se da no solo por fallas en los equipos sino por faltante de repuestos o por imposibilidad de arreglarlos, situaciones que representan casos de obsolescencia indirecta.
“Recibimos muchísimos equipos que podrían seguir funcionando, pero para los que no se consiguen repuestos; sobre todo, impresoras. La falta de repuestos e insumos para darles continuidad hace que tengan que ser descartados y desarmados”, cuenta Luis, y menciona que el faltante de tóners en impresoras y de baterías y cargadores en computadoras portátiles son los principales motivos de que se descarten este tipo de equipos: “Se ha instalado la idea de que es mucho más barato comprar algo nuevo que arreglar lo que ya está”.
Para que la situación mejore, el tutor de la planta menciona que el país se debe una ley que contemple un manejo correcto de los residuos electrónicos: “Con una normativa se puede aplicar, de alguna manera, la responsabilidad extendida del fabricante porque lo obliga a proveer repuestos y servicio técnico para extender la vida útil de los equipos”.
Santa Fe tiene una ley, la 13.940, sancionada en noviembre de 2019 y que dispone “pautas, obligaciones y responsabilidades para la gestión integral y sustentable de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos”, además de promover su reutilización, reciclado y “otras formas de valorización”. A dos años y medio de su sanción, todavía no está reglamentada.
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Por Carina Bazzoni / María Laura Cicerchia