Las roturas de stock son siempre complicadas, pero se vuelven extremadamente graves cuando afectan a hospitales y centros sanitarios. Los primeros meses de pandemia durante 2020 fueron el mejor ejemplo de las consecuencias que puede tener un problema de suministro.

El primero que se registró fue el referente a los epis, mascarillas, guantes, etc. A la falta de abastecimiento hubo que sumar el deplorable robo de miles de unidades que se produjo por parte de algunos trabajadores del Hospital de Salamanca. La consecuencia es que para entrar en las ucis había que fabricar ‘trajes’ con bolsas de basura para intentar protegerse al máximo. En ausencia de mascarillas ffp2, se utilizaba el doble de mascarillas quirúrgicas, y cuando no había gafas de protección también se improvisaban remedios caseros.

Muy sonado fue el caso de los respiradores. Los países se ‘peleaban’ para comprar estas máquinas en China hasta que alguien dijo que conectando unas determinadas gafas de buceo del Decathlon a una fuente de oxígeno se podía improvisar una ventilación mecánica.

Un trabajador del Hospital se tomó la libertad de hacer un falso llamamiento oficial -un bulo en toda regla- pidiendo llevar al Clínico este tipo de gafas y la población respondió con una avalancha de solidaridad en forma de decenas de gafas de buceo que, en realidad, nunca se usaron. La escasez de respiradores sirvió para que diversos investigadores españoles idearan nuevos respiradores caseros, como un equipo de trabajo vinculado al exdirector médico, Gonzalo Varela.

El último caso sonado de desabastecimiento fue el de los reactivos que se emplean para las PCR. El Hospital de Salamanca utilizaba uno específico de la marcha Roche y el problema fue tan difícil de resolver -hasta la Universidad puso en marcha un método propio para el análisis de las PCR- que al final resultó más fácil comprar un robot nuevo que esperar a que la farmacéutica cumpliera con los envíos que le habían encargado.

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