El consumidor se va acostumbrado a llevar al supermercado su propia bolsa —de tela, de rafia, de yute, de papel...— desde que, en un intento de disuadir del uso del plástico, se cobra por ellas. Pero, aunque cada vez son más las personas que lo hacen, no es tan habitual que alguien acuda a la pescadería con sus propios envases de varios usos. Y, en breve, habrá incluso normas para estos recipientes que llegan de casa y que el pescadero podrá aceptar... o no.
Los establecimientos de venta de productos del mar, como los demás comercios, han tenido que adaptarse a una normativa que condena al plástico, por más que este, por sus propiedades y características, sea el material perfecto para transportar y mantener las propiedades de un producto que si no está mojado está húmedo e impregna de olores la bolsa de tela que se lleva de casa. De papel, mejor no intentarlo.
Pero las pescaderías son conscientes del problema que supone no el plástico en sí, sino la gestión del mismo, pues ese material constituye entre un 80 y un 85 % de la basura marina. Y de ese porcentaje, un 50 % se corresponde con plásticos de un solo uso. Los detallistas han querido contribuir a mitigar ese problema a través de la información y formación tanto del consumidor como del propio profesional. Así, Fedepesca, la patronal de las pescaderías españolas, ha editado una serie de materiales informativos con los que, por un lado, traslada a los profesionales del sector minorista las novedades normativas en este sentido y, por otro, orienta a los consumidores de dónde depositar los recipientes y envoltorios en los que se le entrega el pescado.
¿A qué contenedor van los envases que nos dan en la pescadería? La Voz
¿Biodegradable? ¿Compostable? ¿Reciclado? Lo primero que hace el colectivo es aclarar conceptos, como la diferencia entre material biodegradable, compostable y reciclado. El del primer tipo es un producto que, una vez desechado puede convertirse en nutrientes para microorganismos o plantas mediante procesos propios de la naturaleza. El compostable puede biodegradarse, pero difícil que lo haga de forma natural. Así, con altas temperaturas, un cierto nivel de humedad y la presencia de oxígeno hacen que el 90 % de ese material desaparezca en menos de seis meses. Por último, el plástico reciclado es aquel que, tras ser sometido a un proceso, es apto para entrar en contacto con alimentos y se evita así tener que fabricar un nuevo envase.
Bondades. Los profesionales parten de la base de que no hay materiales buenos o malos, lo que hay es un uso incorrecto de los mismos cuando estos pasan de ser un envase a convertirse en residuos. Y colocar cada uno en el lugar que corresponde es garantía de una mejor gestión. España es uno de los países de Europa que más plástico recicla, pero «debemos seguir mejorando», explica Fedepesca en sus folletos, en los que, además, señala que «de nada sirve reducir la cantidad de plásticos si este no se recicla».
Retirar restos. Antes de nada, del envase hay que retirar cualquier resto orgánico que pueda haber. Y aunque es cierto que la mayor cantidad de envases y embalajes que se entregan en las pescaderías acaban en el contenedor amarillo, ese en el que en la mayoría de los concellos acaban plásticos, latas y bricks, también hay materiales que deben finalizar en el marrón —al que van a parar los restos orgánicos—, en el verde —si se trata de un tarro de cristal— o, incluso, en el de papel y cartón.
Depende. En las pescaderías se entregan barquetas de distinto material. La mayoría están fabricadas con material reciclables y, en ocasiones, ya reciclado, por lo que deberían depositarse en el contenedor amarillo. Ahora bien, ya han aparecido en el mercado bandejas elaboradas con material biodegradable o compostable, en cuyo caso deberían tirarse al contenedor marrón de los restos orgánicos. ¿Cómo diferenciarlas? Pues estas segundas presentan un color más pardo, pero que lo son suele estar indicado en el propio envase, que especifica de qué material se trata.
Para moluscos. Las que se emplean para almejas, berberechos, mejillones y otros bivalvos. Al igual que las que envuelven frutas y verduras, suelen estar fabricadas en materiales plásticos, como el polietileno y el polipropileno, que deberían acabar en el interior del contenedor amarillo.
Atención al material. Las de sección o servicio, esas que se atan con nudo para pesar frutas, verduras y, por supuesto, pescado, tienen obligatoriamente que ser de plástico biodegradable o compostable por ser de menos de 50 micras. Y por ser de tal material, tienen que acabar en el contenedor marrón de residuos orgánicos. Se distinguen porque tienen un tacto más sedoso que las tradicionales. El de color marrón debe ser también el destino final de las bolsas camiseta o de asas confeccionadas con ese mismo tipo de materiales. Además, las que tienen entre 15 y 49 micras se han de cobrar obligatoriamente al cliente. Si la bolsa de asas es de plástico reciclable, su lugar está en el contenedor amarillo. Además, según la legislación, las de tamaño grande han de tener obligatoriamente un 50 % de plástico reciclado para poder comercializarse. Si el porcentaje recuperado supera el 70 % se podrán entregar gratuitamente.
Dos contenedores. El bote ha de depositarse en el contenedor verde, pero la tapa, que suele ser de metálico, debe ir al amarillo.
Amarillo. El envase suele ser de hojalata o aluminio, por lo que tiene que acabar con plástico puro y bricks, en el amarillo.
Del amarillo al azul. El papel film debe ir al contenedor amarillo, pero si se trata de papel laminado y parafinado —se distingue por el tacto de cera— ha de acabar en el contenedor azul.
De papel o plástico vinilado. Este tipo de envase está compuesto de dos materiales que se reciclan de forma distinta: papel y plástico. Por tanto, para reciclarlo correctamente, hay que separar uno de otro y depositar el primero en el azul y el segundo en el amarillo. Ahora bien, si no es posible hacer esa división, hay que desecharlo en el contenedor azul.
Suelen ir con el plástico. Si son del tipo plástico transparente, como en el que llegan boquerones, se depositan en el amarillo.
Con la guerra que Europa y los europeos han declarado al plástico —a pesar de que el 80 % del millón de basura de este tipo que flota en los océanos pertenece a cinco países asiáticos—, a los pescaderos no les queda otra más que dar por perdido uno de sus mejores aliados en materia de conservación, transporte y mantenimiento del producto que venden. Por su maleabilidad y por su coste, «es un elemento muy útil para el sector pesquero», admiten los profesionales en un estudio sobre los envases realizado en el sector. Encontrar un sustituto a un material impermeable y resistente al agua, que permite evitar el escurrido por el exudado de los productos al tiempo que evita que otros líquidos accedan al plástico, que es buen aislante térmico a la vez que es útil para mantener la temperatura de los productos... Va a ser difícil. Pero se está intentando. Se prueba todo para dar con el sustituto perfecto. O al menos con uno adecuado y asequible. Se experimenta con el bambú, las algas, los hongos, los residuos de la leche o los huesos de aceituna.
Las pruebas con bambú, producto celulósico con propiedades similares a la madera clásica, han cobrado protagonismo en los últimos años, pero tiene limitaciones por vacío en cuanto a legislación específica en Europa. También se ha recurrido al alga agar-agar para elaborar bioplásticos y confeccionar un polímero que permite obtener diversos materiales, tanto rígidos como flexibles.
Los hongos se están empleando en la generación de envases elaborados a partir de desechos agrícolas a los que se les añade un concentrado de células extraídas de las raíces de los hongos mycelium, recoge el estudio Envapes realizado por los pescaderos. Destaca que su fabricación apenas emite CO2 y requiere menor uso de energía y lo que se obtiene sirve como aislante, resiste la humedad y puede soportar altas temperaturas sin cambios.
La leche, la biomasa vegetal y los huesos de oliva son otras materias primas en los que se busca un sustituto del plástico. Ahora bien, los profesionales también hacen ver que «estos elementos orgánicos que permiten degradarse fácilmente en el medio ambiente no están disponibles todavía en el mercado o están apenas extendidos, por lo que su gestión de forma individual todavía se desconoce». Y a ver si al final no acaban como los plásticos.
Rosa Estévez, B. C.
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